EL RITUAL ROMANO DE EXORCISMOS. INTRODUCCIÓN


A lo largo de la historia de la salvación, se hacen presentes las criaturas angélicas, ya sea prestando un servicio como mensajeros divinos, ya ayudando de manera misteriosa en la Iglesia; también aparecen criaturas espirituales caídas, llamadas diabólicas, que, opuestas a Dios y a su voluntad salvífica consumada en Jesucristo, se esfuerzan por asociar al hombre en su propia rebelión contra Dios.

En las Sagradas Escrituras, el Diablo y los demonios son llamados con varias apelaciones, entre las cuales, algunas muestran del algún modo, su naturaleza y origen . El Diablo, llamado Satanás, “serpiente antigua” y “dragón”, seduce él mismo a todo el orbe y lucha contra quienes guardan los mandatos de Dios y también contra quienes dan testimonio de Jesús. Se lo designa “adversario de los hombres” y “homicida desde el comienzo”, cuando por el pecado hace al hombre sujeto a la muerte. Dado que, por sus insidias provoca al hombre para la desobediencia a Dios, a este malvado se lo llama también “tentador”, “mentiroso” y “padre de la mentira”: él obra con astucia y falsedad, como lo atestiguan el relato de la seducción de los primeros padres, el intento de desviar a Jesús de la misión aceptada del Padre y su transfiguración en ángel de luz. Se lo llama, también, “príncipe de este mundo” en referencia a aquel ámbito que en su totalidad fue puesto en el Maligno y no conoció la verdadera luz, como también a aquellos que odian la Luz, que es Cristo, y arrastran a los hombres a las tinieblas. Puede considerarse que a los demonios que, con el diablo, no acataron el principado de Dios, se hicieron réprobos, constituyen los espíritus del mal y se los llama “ángeles de Satanás”, les fue confiada cierta misión por su príncipe mayor. 

Las obras de todos los espíritus inmundos, seductores fue disuelta por la obra de Cristo. Aunque “a la historia universal le invade la ardua lucha contra los poderes de las tinieblas” y “hasta el último día… persistirá”, Cristo, por su misterio pascual de muerte y resurrección, nos “libró de la esclavitud del diablo y del pecado” derribando su poder y librando todas las cosas de su influencia maligna. Con todo, dado que la dañosa y contraria acción del Diablo y de los demonios afecta a las personas, cosas y lugares y aparece de diversas maneras, la Iglesia, conocedora de que “estos tiempos son malos”, oró y ora para que los hombres sean librados de las insidias diabólicas.