EXORCISMOS. LA VICTORIA DE CRISTO Y LA POTESTAD DE LA IGLESIA CONTRA LOS DEMONIOS


RITUAL DE EXORCISMOS

I. LA VICTORIA DE CRISTO Y LA POTESTAD DE LA IGLESIA CONTRA LOS DEMONIOS

1. La Iglesia cree firmemente que uno solo es el verdadero Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, único principio de todos los seres: creador de todo lo visible e invisible. Más aún, todas las cosas que Dios creó, las conserva y gobierna con su Providencia y nada hizo que no fuera bueno ; también “el diablo (…) y los otros demonios fueron creados por Dios ciertamente buenos por naturaleza, pero ellos se hicieron malos por sí mismos” de donde puede pensarse que también ellos serían buenos si, de acuerdo a cómo habían sido creados, así hubiesen permanecido. Debido al mal uso que hicieron de su natural excelencia y por no permanecer en la verdad, sin transformarse en sustancialmente distintos, fueron separados del sumo Bien, a quien debieron adherirse.

2. En realidad, el hombre ha sido creado a imagen de Dios “en la justicia y en la verdadera santidad” y su dignidad requiere que obre según su conciencia y elección. Ahora bien, persuadido por el Maligno, el hombre abusó del don de su libertad y por esa desobediencia fue puesto bajo la potestad del diablo y de la muerte, convertido en siervo del pecado. Por esa razón, “en la universal historia de los hombres persiste la ardua lucha contra el poder de las tinieblas que, comenzado en el origen del mundo, persistirá hasta el último día, según lo dicho por el Señor.

3. El Padre omnipotente y misericordioso envió al Hijo de su amor al mundo para que librase a los hombres de la potestad de las tinieblas y lo trasladase a su reino. Por lo tanto, Jesucristo, “primogénito de toda la creación”, a fin de renovar al hombre viejo, vistió la carne del pecado, “para reducir a la impotencia, mediante su muerte, a aquel que tenía el dominio de la muerte, es decir, al demonio” y, por el don del Espíritu Santo, transformase la naturaleza humana herida en una nueva criatura por medio de su Pasión, Muerte y Resurrección.

4. En los días de su vida terrena, el Señor Jesús, vencedor de la tentación en el desierto, expulsó por propia autoridad a Satanás y a otros demonios, imponiéndoles su divina voluntad. Haciendo el bien y sanando a todo los oprimidos por el diablo, manifestó la obra de su salvación, para librar a los hombres del pecado así como del primer autor del pecado, Satanás, que es homicida desde el comienzo y el padre de la mentira.

5. Al llegar la hora de las tinieblas, el Señor “obediente hasta la muerte”, repelió el último ataque de Satanás por el poder de la Cruz y triunfó así sobre la soberbia del antiguo enemigo. Esta victoria de Cristo fue manifestada en su gloriosa resurrección, cuando Dios lo levantó de entre los muertos y lo colocó a su derecha en los cielos sometiendo todas las cosas bajo sus pies.

6. En el ejercicio de su ministerio, Cristo entregó a sus Apóstoles y a otros discípulos el poder para expulsar los espíritus inmundos. A ellos mismos, el Señor prometió el Espíritu Santo Paráclito, procedente del Padre por el Hijo, el cual argüiría al mundo acerca del juicio, porque el príncipe de este mundo ya fue juzgado. El Evangelio atestigua que entre los signos que caracterizarían a los creyentes, se encuentra la expulsión de los demonios.

Por tanto, la Iglesia ejerció la potestad, recibida de Cristo, de expulsar a los demonios y repeler su influjo ya desde la época apostólica por lo cual, en el nombre de Jesús, ora continua y confiadamente, para ser ella misma librada del Maligno. También en el mismo nombre, por virtud del Espíritu Santo, manda de diversos modos a los demonios que no impidan la tarea de la evangelización, y que restituya “al más fuerte” el dominio tanto del universo entero como de cada hombre. “Cuando la Iglesia pide públicamente y con autoridad, en nombre de Jesucristo, que una persona o un objeto sea protegido contra las asechanzas del Maligno y sustraída de su dominio, se habla de exorcismo”.