RITUAL DE EXORCISMOS. MINISTERIO SANTIFICADOR DE LA IGLESIA


II. LOS EXORCISMOS EN EL MINISTERIO SANTIFICADOR DE LA IGLESIA

8. La antigua tradición de la Iglesia, guardada sin interrupción, atestigua que en el camino de la iniciación cristiana se anuncia con claridad y, de hecho comienza, la lucha espiritual contra la potestad del diablo. Los exorcismos que han de ser hechos de forma simple en el tiempo del catecumenado sobre los elegidos, se llaman exorcismos menores; son las preces de la Iglesia para que aquellos elegidos, instruidos con el misterio liberador de Cristo, se libren de las secuelas del pecado y de la influencia del diablo, se fortalezcan en su camino espiritual y abran los corazones a los dones que el Salvador les ofrece. Finalmente, en la celebración del bautismo, los elegidos renuncian a Satanás y a sus fuerzas y poderes, y le oponen su propia fe en Dios uno y trino. También en el bautismo de niños, se eleva la plegaria del exorcismo sobre los párvulos, “que habrán de experimentar las seducciones de este mundo y lucharán contra las insidias del demonio” para ser fortalecidos por la presencia de Cristo “en el camino de la vida”. Por el lavado de la regeneración bautismal, el hombre participa sobre la victoria de Cristo sobre el diablo y el pecado, cuando pasa “del estado de hijo del primer Adán al estado de gracia y “de adopción de los hijos” de Dios por obra del segundo Adán, Jesucristo,” y es liberado de la esclavitud del pecado, con la libertad con la que Cristo nos liberó.

9. Los fieles, si bien han renacido en Cristo, experimentan sin embargo las tentaciones que hay en el mundo y, por lo tanto, deben vigilar en oración y sobriedad de vida, porque su enemigo “el demonio, ronda como un león rugiente, buscando a quién devorar”. A él le deben resistir firmes en la fe “fortalecidos en el Señor con la fuerza de su poder” y, sostenidos por la Iglesia que ruega para que sus hijos estén protegidos de toda perturbación, tomar fuerzas por la gracia de los sacramentos, en especial, mediante la asidua celebración de la penitencia, para llegar así a la plena libertad de los hijos de Dios.

10. Con todo, el misterio de la divina piedad resulta para nosotros bastante difícil de comprender cuando, permitiéndolo Dios, algunas veces ocurren casos de peculiares asechanzas o posesiones de parte del demonio sobre algún miembro del pueblo de Dios, iluminado por Cristo y llamado a caminar como hijo de la luz hacia la vida eterna. Aun cuando el diablo no pueda traspasar los límites puestos por Dios, es entonces que se manifiesta claramente el misterio de la iniquidad que obra en el mundo. Esta forma de potestad del diablo sobre el hombre difiere de aquella otra que llamamos pecado y que deriva del pecado original. Sucediendo estas cosas, la Iglesia implora a Cristo, Señor y Salvador, y confiando en su virtud, otorga muchas ayudas al fiel atormentado o poseído para que sea liberado de estos males.

11. Entre estas ayudas, hay una de carácter más solemne, el exorcismo mayor, que es una celebración litúrgica. El exorcismo, que “procura expulsar los demonios o librar del influjo demoníaco y constante con la autoridad espiritual que Cristo confió a su Iglesia” es una petición del género de los sacramentales, por lo tanto, es un signo sagrado con el cual “los efectos, especialmente espirituales, se significan y se obtienen por la impetración de la Iglesia”.

12. En los exorcismos mayores, la Iglesia unida al Espíritu Santo, suplica para que Él mismo ayude nuestra debilidad a fin de rechazar a los demonios para que no dañen a los fieles. Confiada en aquél soplo divino con el cual el Hijo de Dios donó el Espíritu Santo después de su resurrección, la Iglesia obra en los exorcismos no en nombre propio sino únicamente en el nombre de Dios o de Cristo el Señor a quien deben obedecer todas las cosas, incluidos el diablo y los demonios.